jueves, 29 de octubre de 2009

Desdeño

¿Quién te invitó a mi vida? ¿Quién te dio la llave de mi casa? ¿Quién te dio permiso para opinar sobre mis asuntos?

Ojalá nunca hubieras aparecido en mi puerta esa tarde. ¿Por qué me tendiste tu mano? ¿Acaso tuviste todo planeado desde un principio?

Recuerdo estar malherida, sin apenas aliento. Recuerdo tus vendajes y cuidados cuando ni tan siquiera tenía voluntad para decidir qué quería. Recuerdo tus palabras de consuelo y ánimo que parecían sinceras.

Lo que nunca entenderé será el cambio que hubo en ti. La manera en que te tornaste hostil y oscuro, la distancia que pusiste por medio y, finalmente, el látigo que sacaste para herirme allí donde había ya cicatriz.

Y yo, de nuevo sin rumbo, sin voluntad, con la herida abierta y el desconsuelo del llanto. Sin más deseo que el descanso y la paz.

jueves, 22 de octubre de 2009

Flashbacks I

Cuando llegué a casa no tenía ganas de nada, ni tan siquiera de verme en el espejo, así que mientras me lavaba las manos di un puñetazo a la imagen que se reflejaba. Gran error, rompí el cristal y me hice polvo los nudillos. Aún así pude ver lo suficiente de mí como para distinguir mis ojos hinchados por el llanto. ¡Maldita zorra! ¿Desde cuándo lloro yo por mujeres?

Me lavé la cara y me quité la ropa. Me fui directo a la cama con el orgullo disminuido hasta ser menos que el polvo de los zapatos. Me prometí a mí mismo que se lo haría pagar, de una forma u otra. Cerré los ojos.




De repente, se abrió la puerta del bar y allí apareció una mujer menuda, no llegaría al metro setenta, con el pelo negro que le caía sobre los hombros. El polo y el pantalón vaquero que vestía se abrazaban a ella en cada una de sus curvas, intentando no dejarla escapar. El gesto de su cara revelaba preocupación mientras avanzaba decidida hacia la barra, justo donde yo me encontraba. Preguntó al camarero por el teléfono pues al parecer su móvil se había declarado en huelga. Cuando volvió de hacer la llamada, pidió un zumo de naranja y se sentó a mi lado. Sus ojos estaban llorosos. ¿Le ocurre algo, señorita? Giró su cabecita hacia mí de forma que pude oler su pelo cuando éste cortaba el aire a su alrededor. Casi dejo escapar un suspiro embriagado por el aroma. Clavó en mí sus grandes ojos desafiantes mientras su cara intentaba volverse fría como el hielo y simplemente respondió: "No". En ese momento supe que estaba perdido, pues sentí que el deseo nacía dentro de mí de una forma que hacía ya tiempo que no sentía.