El sol baña las terrazas del río, allí donde los álamos abandonan el verdor del verano para dejar paso a los amarillos, naranjas y marrones del otoño. La puesta arroja rayos que dan un aspecto irreal al monte, como si alguien hubiera vertido sobre él un caldero de oro fundido. La tierra combina con la hojarasca que se posa en ella día a día y el aire da idea del frío que quedará cuando el último rayo de sol se haya retirado del horizonte. Por allí pasa una sinuosa carretera gris, arropada por los árboles, que apenas destaca entre el paisaje, desde la que ahora contemplo ese instante único del que soy testigo, como si todo se hubiera detenido un momento para luego seguir. Continúo conduciendo y me pregunto si alguien más habrá notado que el mundo va solo sin que nadie lo empuje.
martes, 2 de noviembre de 2010
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2 comentarios:
Absolutamente impresionante.
Dice mucho más de lo que cave en siete lineas.
Corto, directo y efectivo.
Una perla como microrelato.
Salud.
Soy un desastre informático, mi comentario anterior no es para este micro sino para el anterior, el titulado "Predadora".
Este tambien esta bien pero el comentario y el que me ha impactado es el otro.
Salud.
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