viernes, 14 de octubre de 2011

Ventanas

Tenía una mala costumbre: se asomaba a todos los ojos que veía. No pedía permiso, sólo se asomaba. Al principio fue por curiosidad, luego se transformó en un pasatiempo. Eran como ventanas a otro mundo donde leía historias que nunca antes había oído. A veces no las comprendía, otras no estaban completas y tenía que imaginar las partes que faltaban. No sabía si eran reales o ficticias y a veces le daban miedo, pero no podía dejar de hacerlo, ya era parte de su vida. Descubrió bondad en ojos que parecían esculpidos en hielo, como también podía haber una dureza infinita tras otros que ardían como el fuego. Nada era lo que aparentaba. Aprendió a no fiarse de las primeras impresiones ya que poco a poco iba desarrollando un don que no confiaba a nadie: el de ver más allá de lo que ellos querían aparentar.

Los demás eran normalmente ajenos a lo que hacía, excepto un día en que descubrió a un raro y pequeño ser, oculto al fondo, que miraba hacia fuera desafiante, como violento y salvaje. No podía ni sabía describirlo, pero le heló la sangre. Por un momento, todo pareció paralizarse o ralentizarse. Le resultó una sensación muy desagradable que no quería volver a experimentar, así que se pensó muy seriamente si seguir con su afición o abandonarla para siempre. Poco a poco no pudo resistir la tentación de ver más allá de la superficie para descubrir la verdad oculta en lo profundo y siguió explorando en los ojos de la gente.

Desarrolló una teoría: ese ente extraño que había visto era en realidad un alma, el alma del dueño de aquellos ojos, de esas ventanas que se le abrían de par en par. Quizá lo que viera normalmente era lo que rebosaba de las almas de la gente, ocultas en el interior de cada uno y que no querían ni debían ser vistas. Pero las almas, aunque no pudieran ser vistas, pugnaban por salir al exterior y eso que se escapaba con cada intento era lo que leía al asomarse, historias que se hallaban entre los dos mundos: el corpóreo mortal y el incorpóreo eterno.

jueves, 24 de febrero de 2011

Popurrí

  • Un gusano se tranforma en mariposa y después de probar su nueva vida piensa que quizás estaba mejor de gusano. Pero aunque intentara volver a comportarse como un gusano seguiría siendo una mariposa, ya no hay vuelta atrás.

  • Una lágrima asomó de sus ojos cuando recordó que en el pasado era infeliz y en el presente ser feliz tenía un precio.

  • Una vez estuve allí. Era un sitio agradable y bonito, cálido, se estaba bien. Pero no volveré nunca, no quiero volver, tengo miedo a querer quedarme allí para siempre.

  • Te esperaré junto al mar hasta que vuelvas. Si no vuelves nunca, allí te seguiré esperando. Te esperaré sólo hasta que vengas. Te esperaré hasta que me canse. No te esperaré.

  • Hay quien tiene madera, pero tú no la tienes. Tú eres muy bueno, demasiado, sirves para consolar y hacer reír, para pasar un buen rato. Por eso sigues ahí mientras todos los demás se van yendo. Y te quedas solo.

  • Él me hizo perder mi alma y mi sustancia, y desde entonces la ando buscando. A veces creo encontrarla en el callejón, me la pruebo y creo que me queda bien, incluso me reconozco en el espejo. Cuando despierto al día siguiente sigo estando vacía y sola, y el alma que creí encontrar ha volado, no era yo.

  • Noté que mis ojos se humedecían y miré al infinito esperando que las lágrimas volvieran a su sitio. Pero no resultó y el aluvión de agua salada desbordó la barrera y rodó por mis mejillas mientras los sollozos lo acompañaban.

  • A veces no sabía quién era, si quien ella quería ser, quien todos creían que era o quien su madre le decía que era.

sábado, 22 de enero de 2011

El susto

De repente no recordaba cómo había llegado allí ni quién era el tipo que había a mi lado. Fue como si despertara de un profundo trance. Estaba sentada en esa cama que no reconocía en una habitación que no me era familiar. Por la ventana entraba algo de luz artificial y se oían coches, tal vez fuera un motel. Estaba tan desconcertada que no había reparado en el dolor que laceraba mi mano. Bajé la cabeza y la vi llena de sangre, mientras mi otra mano sujetaba un cuchillo pequeño y afilado, con mango de nácar, que tampoco reconocía. Estaba medio desnuda, apenas llevaba el tanga y una camiseta de tirantes, también cubierta de sangre. De repente el corazón me dio un vuelco al pensar que tal vez me había cargado al tío que estaba en la cama. Quizá me llevó allí y me amenazó con el cuchillo, me forzó o lo intentó y al luchar con él había conseguido zafarme hiriéndome la mano y matándolo. Por momentos, el pánico se iba apoderando de mí mientras mi pensamiento se bloqueaba. Examiné al hombre, que yacía boca abajo, hubiera jurado que dormido. Era un tío moreno de complexión media, como casi todos los tipos con los que me acostaba. Sólo llevaba puestos unos bóxer azul marino y aparentemente no tenía heridas. No entendía nada.

Me dolía mucho la mano y aún no había casi ni respirado, temiendo despertar a aquel tipo, o aún peor, temiendo darme cuenta de que realmente estaba muerto. Oí sirenas de fondo y me entró el pánico, ¿cómo lo sabían?

Debí desmayarme y lo siguiente que recuerdo fue levantarme en una cama de hospital con dolor de cabeza y la mano vendada. A mi lado había un tío al que estaba convencida que no conocía, pese a que su aspecto me resultaba familiar. Leía unas notas que había en un cuaderno, cuando se dio cuenta de que estaba despertando:

—¿Cómo se encuentra?— preguntó.
—¿Quién es usted?— pregunté yo, casi al unísono.
—Tranquilícese, por favor. Soy policía— no me dejó seguir. —Verá, estaba aquí para aclarar un par de cabos sueltos y me he pasado a verla, y ha dado la casualidad que le ha tocado despertarse.
—¿No ha venido a arrestarme?— pregunté, perpleja.
—¡Jajajajaja! No, claro que no, ¿es que no recuerda nada? Claro, el médico dijo que podía ocurrir con el golpe que recibió.
—Le pido, por favor que me cuente lo sucedido. Recuerdo despertarme ensangrentada en una habitación, pero no recuerdo por qué estaba allí, ni qué pasó después ni quién era el tío de la cama...

Al parecer, había recibido un golpe en la cabeza y por eso había perdido tanto la memoria a corto plazo como el conocimiento. Me explicó que mi acompañante era un amigo mío según habían podido averiguar y que estábamos pasando la noche juntos cuando le dio un shock anafiláctico. Sospechaban que tras llamar a urgencias, busqué algo con que hacerle una traqueotomía a la desesperada mientras convulsionaba por la falta de aire, y lo único que encontré fue aquel cuchillo que debía de haberse dejado alguien en la habitación de aquel motel. Cuando emergencias llegó me encontraron con un traumatismo en el cráneo y un corte limpio en la mano, desmayada en la cama, y a él con un corte en el cuello, muerto. Decían que probablemente me tiraría al suelo en uno de sus últimos intentos por respirar, mientras le hacía el corte para intentar que le llegara aire a los pulmones. Mi tajo en la mano sería seguramente también el resultado de no conseguir que se estuviera quieto. Después llegó la policía y el juez para levantar el cadáver mientras a mí me trasladaban al hospital.

Seguía sin acordarme de su cara ni de su nombre, y una pesadumbre se había apoderado de mí, pero al menos podía respirar tranquila e interiormente sentía que por fin todo volvía a encajar en su sitio.

jueves, 13 de enero de 2011

Canalla

Cuando te vi por primera vez, caí rendida a tus pies aunque no te dieras cuenta. Me ganó tu apariencia canalla pero sincera y tu mirada perdida, no me preguntes por qué. Mi confianza estaba ausente, llevaba días así, y ni se me pasó por la cabeza que pudieras fijarte en mí, ni tampoco estaba por hacer algo para remediarlo. Pero lo hiciste, atacaste y me dejé seducir. Te presté todos mis sentidos, y pese a mi despiste y mis dudas, esa noche renació en mí la ilusión de que algún día volvería a amar.