Era una buena simiente, grande, con muchos nutrientes por tanto, perfecta en cualidades para poder dar lugar a una bonita planta. La pusieron en una maceta y comenzaron a regarla con agua abundante, todos los días, durante muchos días. Esos días pasaban, pero nada surgía de aquella maceta, parecía como si en ella sólo hubiera tierra... y agua. Cuando pasados los meses esos que regaban se dieron por vencidos, en esa misma maceta plantaron una nueva semilla, aunque sin muchas expectativas. Esta vez, la regaban únicamente cuando se acordaban, pero a las pocas semanas de la tierra salió un pequeño tallo que con el tiempo se convertiría en una magnífica planta.
La primera semilla nunca llegó a germinar, se pudrió. No obstante, tuvo su función, pues sus nutrientes hicieron fuerte al pequeño tallo, nacido de la segunda, cuando comenzaba a desarrollarse, contribuyendo entre ambas simientes a la nueva planta que crecería con suficientes atenciones, pero sin excesos.
La primera semilla nunca llegó a germinar, se pudrió. No obstante, tuvo su función, pues sus nutrientes hicieron fuerte al pequeño tallo, nacido de la segunda, cuando comenzaba a desarrollarse, contribuyendo entre ambas simientes a la nueva planta que crecería con suficientes atenciones, pero sin excesos.

