La princesa besó a la rana, esperando que ésta se convirtiera en príncipe, pero no lo hizo. Como la rana le hacía gracia de cualquier forma, decidió que quizá sería una buena mascota, así que la llevó a palacio escondida entre sus faldas.
Durante varios días la princesa jugó con la rana y se divirtió mucho. No se había equivocado: era una gran mascota. Sin embargo, el rey se enteró de que había una rana en el castillo y decidió que semejante animal no era digno de vivir en tal morada, por lo que rápidamente ordenó a su hija deshacerse de él.
La princesa trató de hacerlo, salió varios días de excursión hacia el lago, pero cuando intentaba devolver la rana al agua, la pena le invadía y se veía incapaz. No podía imaginarse sus días sin jugar con aquella rana con quien tan buenos recuerdos había construido. Volvía uno y otro día a palacio con la rana, con la consiguiente regañina del rey que hacía que lágrimas amargas le rodaran por las mejillas.
El día que por fin fue capaz de echar la rana al lago entre llantos, volvió al castillo con el alma rota. Pero una sorpresa le aguardaba: la rana también había disfrutado de tantos días con la princesa y, pese a que, según dicen, los animales carecen de voluntad, la rana volvió al castillo por sus propios medios para estar con ella, y así se ganó también el respeto del rey, quien le permitió quedarse. Nunca más volvió a ver triste a su hija.
Durante varios días la princesa jugó con la rana y se divirtió mucho. No se había equivocado: era una gran mascota. Sin embargo, el rey se enteró de que había una rana en el castillo y decidió que semejante animal no era digno de vivir en tal morada, por lo que rápidamente ordenó a su hija deshacerse de él.
La princesa trató de hacerlo, salió varios días de excursión hacia el lago, pero cuando intentaba devolver la rana al agua, la pena le invadía y se veía incapaz. No podía imaginarse sus días sin jugar con aquella rana con quien tan buenos recuerdos había construido. Volvía uno y otro día a palacio con la rana, con la consiguiente regañina del rey que hacía que lágrimas amargas le rodaran por las mejillas.
El día que por fin fue capaz de echar la rana al lago entre llantos, volvió al castillo con el alma rota. Pero una sorpresa le aguardaba: la rana también había disfrutado de tantos días con la princesa y, pese a que, según dicen, los animales carecen de voluntad, la rana volvió al castillo por sus propios medios para estar con ella, y así se ganó también el respeto del rey, quien le permitió quedarse. Nunca más volvió a ver triste a su hija.


No hay comentarios:
Publicar un comentario