viernes, 19 de junio de 2009

Crónica de una infeliz

A los 2 años, su madre le decía que sólo le daba disgustos.
A los 4 años, su profesora le dijo que era una vaga.
A los 10 años, su madre le dijo que era inconstante e indisciplinada.
A los 12 años, su padre le repetía que era una burra.
A los 15 años, en el instituto le dijeron monstruo.
A los 18 años, su novio le pegó una bofetada.
A los 21 años, sus compañeros la señalaban y se reían de ella y su aspecto.
A los 24 años, su madre le llamó puta.

A los 25 años, el peso sobre su espalda era insoportable, escupía al espejo cada vez que se veía y se sentía incapaz de hacer nada. Había dado vueltas al suicidio en su cabeza muchas veces, pero todo le parecía demasiado simple, quería irse de forma que se la recordara por haber logrado algo.

En su pensamiento aparecía su madre al encontrarla, pero el shock pasaría demasiado pronto. Su padre reaccionaría como siempre, llegaría a casa y se pondría a gritar y amenazar a su madre, nada extraordinario. Sus llamados amigos no eran más que chinches que le chupaban la sangre, así que tras la breve sorpresa y estupefacción pasarían a la siguiente víctima. Y la lista de perdedores a la que llamaba ex simplemente lo comentarían 2 minutos y seguirían emborrachándose o colocándose, que era lo que solían hacer todo el día.

Pensaba y pensaba. No quería sufrir demasiado, pero quería dejar boquiabierto a todo el mundo, que pensaran en ella, dejar algo por lo que sería recordada, algo de lo que no la consideraran capaz, algo extraordinario y digno de alguien con arrojo y aplomo, alguien que mereciera ser admirado.

Tras varios días de pensamientos reiterativos al fin creyó dar con la solución. Hizo unas cuantas llamadas y citó a todos en casa de Lucas, su novio, un mierdecilla que la dejaba en ridículo delante de todos a la mínima ocasión. Una tardía fiesta de cumpleaños era la excusa. Acudió todo al que había citado: sus amigos, sus ex y sus compañeros de trabajo. Había estado toda la tarde preparándolo: había música, tarta, café y alcohol. Repartió la tarta, sirvió los cafés y las copas y puso la música a todo trapo. Bailaron todos, ella la que más, y bien entrada la noche el cansancio hizo mella entre los invitados de forma que todos acabaron amodorrados en el sofá y los sillones. Recogió sus cosas y se fue a su casa. Sus padres ya se habían acostado, así que, a oscuras, cogió una cerveza de la nevera y se la bebió casi sin respirar.

A la mañana siguiente, su padre desayunaba y su madre planchaba la ropa que él iba a ponerse, y entonces reparó en un sobre cerrado que había sobre la mesa:

—¿Qué es esto? ¿Es tuyo?
—No— dijo, casi sin levantar la vista.

Lo abrió:

"Queridos papá y mamá:

Por fin he hecho algo de lo que podéis sentiros orgullosos, seguro que hasta salgo en las noticias (dad una foto buena). Ayer celebré el cumpleaños y les he dado a todos los hijos de puta de mi vida su merecido. Era verdad, teníais razón, no me convenían esas compañías, debí darme cuenta. Tampoco me convenáis vosotros, a decir verdad.

Recordadme por esto y por compadeceros.

Hasta nunca".

Soltó el papel y fue corriendo al cuarto: Marisa yacía muerta en la cama con una jeringa en la mano.

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