Solos la carretera, mis pensamientos y yo. Tengo todo el día por delante y un largo camino por recorrer. Pongo la música a tope. Mientras canto a voz en grito, da igual si desafino, pienso en las letras de las canciones que escucho y si es casualidad que siempre haya un fragmento que tenga que ver conmigo.
Miro dentro de los coches que voy adelantando y que me van adelantando, y me pregunto cuál será la historia de sus ocupantes, a dónde van, por qué están viajando hoy, de dónde son,... Observo el paisaje alrededor, que ya amarillea por la sequedad de la estación que se avecina, y eso que esta primavera ha sido bastante lluviosa: los campos de cultivo, los árboles, las montañas, los matorrales y arbustos,... Reparo en los pueblos que voy dejando atrás y me pregunto cómo sería vivir en uno de ellos, en un pequeño pueblo próximo a la autovía donde alrededor sólo hay campos de cultivo, unos cuantos matojos y rodales de árboles aislados. Qué distinto de vivir en una gran ciudad. Imagino cómo alguien pasaría allí su infancia, creciendo asilvestrado y libre; su adolescencia, con todo el pueblo conociendo cada paso que da en el momento en que lo está dando, y su edad adulta, cuando probablemente tomaría la decisión de salir de allí para barajar otras alternativas. O tal vez no, tal vez pasase su jornada con el tractor en las tierras familiares.
Y sigo cantando a grito pelado mientras hace ya tiempo que pasé ese pueblo, y sigo concentrada en la carretera y los conductores que me encuentro, y sigo deteniéndome en cualquier pensamiento que quiere pasar fugaz por mi cabeza. Y durante el tiempo que dura mi viaje siento menos peso sobre mis hombros, siento alivio.
Miro dentro de los coches que voy adelantando y que me van adelantando, y me pregunto cuál será la historia de sus ocupantes, a dónde van, por qué están viajando hoy, de dónde son,... Observo el paisaje alrededor, que ya amarillea por la sequedad de la estación que se avecina, y eso que esta primavera ha sido bastante lluviosa: los campos de cultivo, los árboles, las montañas, los matorrales y arbustos,... Reparo en los pueblos que voy dejando atrás y me pregunto cómo sería vivir en uno de ellos, en un pequeño pueblo próximo a la autovía donde alrededor sólo hay campos de cultivo, unos cuantos matojos y rodales de árboles aislados. Qué distinto de vivir en una gran ciudad. Imagino cómo alguien pasaría allí su infancia, creciendo asilvestrado y libre; su adolescencia, con todo el pueblo conociendo cada paso que da en el momento en que lo está dando, y su edad adulta, cuando probablemente tomaría la decisión de salir de allí para barajar otras alternativas. O tal vez no, tal vez pasase su jornada con el tractor en las tierras familiares.
Y sigo cantando a grito pelado mientras hace ya tiempo que pasé ese pueblo, y sigo concentrada en la carretera y los conductores que me encuentro, y sigo deteniéndome en cualquier pensamiento que quiere pasar fugaz por mi cabeza. Y durante el tiempo que dura mi viaje siento menos peso sobre mis hombros, siento alivio.


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